Cuando una sonrisa de las de Nisco era para ella, parecφa decirle la gallarda moza con los ojos: "íAnimo, valiente, que en cuanto las fuerzas y la serenidad te falten, aquφ estoy yo para morir a tu lado defendiendo tu vida!" íEra digno de estudio y de admiraci≤n aquel bravo mozo! En su cara risue±a, y mientras se acicalaba, entre embestida y sopapo, se leφan claramente estos pensamientos: "No quiero mal a este enemigo; no tengo empe±o en causarle da±o; peleo con Θl porque soy de Cumbrales y Θl es de Rinconeda, y para que se vea que no le temo ni es capaz de vencerme-; pero que no me toque en el pelo de la ropa. íEso al que no lo tolero yo!"
Al fin apareci≤ por el lado de la iglesia el bueno de Juanguirle, a quien habφa ído a despertar Cerojos. Subi≤ a lo mßs alto de la pe±a, recorri≤ con la vista azorada el campo de batalla y se llev≤ arabas manos a la cabeza; luego pate≤, y se lament≤, y se mes≤ las gre±as. Algunos espectadores se le acercaron, encareciΘndole la necesidad de que la lucha terminase; y la digna autoridad, sin hacer caso de consejos, que no necesitaba, alz≤ el sombrero hasta donde alcanzaba su diestra, bien estirado el brazo despuΘs de ponerse sobre las puntas de los pies, y grit≤ asφ con toda la fuerza de sus pulmones: